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“La Brújula de la Familia” – A vueltas con la familia

“La Brújula de la familia”- Diócesis de Palencia

Constatamos con lástima cómo, en este nuestro querido país, cualquier cuestión a debate, que al fin es lo que mantiene viva nuestra democracia, cualquier tema sobre el que hallar una solución, encuentra su sitio en la controversia. O, dicho de otro modo, que ante los retos que inevitablemente nos plantean los cambios sociales, en lugar de salir al campo común con la calma de quien busca soluciones, en lugar de tratar de encontrar salidas en el consenso, tendemos a echar la culpa a “los otros”; en vez de un análisis objetivo del problema planteado, nos da por bombardear las posiciones de nuestro oponente desde nuestra rígida trinchera. Tal es el caso de temas tan básicos como la educación… también la familia. Porque, para algunos, hablar de familia supone un retroceso, un tema tabú; la familia es una institución desfasada, sin lugar en las sociedades futuras. Otros, en cambio, se aferran a una comprensión demasiado tradicional de la familia, una forma de concebirla que tal vez no sea acorde a la pluralidad de los tiempos. Por eso, antes de hacer una defensa de la familia (que lo necesita, ¡y mucho!), convengamos en definirla como esa comunidad de personas donde impera el amor, donde se respira el cariño, el respeto y la promoción personal; donde “dos más uno”, o “uno más dos”, o “tres más uno”… o lo que usted prefiera (haga los números como le parezca), esa comunidad, en fin, sume siempre, no reste, y potencie a sus miembros hacia un horizonte de esperanza, no hacia el odio, la división o la defensa a ultranza de una autoridad castradora. Que se entienda la familia como la unión de los diversos en uno solo, o si se prefiere, como imagen de la Trinidad, pues eso significa en la práctica ese misterio teológico tan ilógico para muchos. De manera que defendemos la familia, ¡cómo no! Y lo hacemos porque si no se cuida ese lugar íntimo en que nuestros menores aprenden a vivir, no podemos soñar con una sociedad mejor. Soy docente, también padre; a menudo constato lo difícil que resulta, a veces imposible, trabajar desde el aula problemas básicos de atención, de estima, de educación, incluso de respeto, sin la ayuda y la previa experiencia de todos ellos en las familias. El papel de los padres, de las madres, de los abuelos y abuelas, de hermanos, de tíos, y de todo lo que quiera extenderse el ámbito familiar, ese humus enriquecedor, sigue siendo insustituible. Porque se da la situación de que con la ruptura o la minusvaloración de esta experiencia, el niño crece casi en solitario. ¿Que exagero? Ojalá. Solo sé que el rendimiento académico y el “saber estar” de los alumnos suele responder a familias preocupadas, a familias que le ofrecen a sus hijos lo mejor que tienen: su tiempo. Un tiempo de calidad, de presencia verdadera. Ahora bien, que nadie crea que por exponer un ideal se juzga a quienes no llegan, no seamos susceptibles. Constatamos que la familia como comunidad de amor forma ciudadanos democráticos y responsables, no obstante comprendemos el esfuerzo de muchos padres y madres por ofrecer ese tiempo de calidad a sus hijos… y lo difícil que el mundo laboral se lo pone. De manera que vamos a dejar de tirarnos piedras con el tema de la familia y hablemos seriamente de qué manera se puede conciliar de verdad, qué medidas concretas ayudan a apostar por formar una familia. ¡Y claro que habrá que dejar de llamar familia o “santificar” situaciones en que el amor está ausente (malos tratos, abusos…)! A las víctimas siempre hay que ofrecerles salida. Pero, al mismo tiempo, no podemos condenar a la familia que hace el esfuerzo por funcionar bien como una institución desfasada, hacer como que no existe; al revés, habrá que ayudarla. Porque sin ella, y por muchas reformas educativas que se hagan, tendremos una generación entera de “niños perdidos”. Así que, lejos de abstracciones o de usar el tema como el arma arrojadiza de una postura ideológica, pensemos en la familia, en sus variadas formas, como comunidad concreta, y devolvámosle el protagonismo social que se merece. Tal vez así, junto a la paternidad y la maternidad responsables, también pongamos en valor la natalidad, esa realidad en retroceso. Asier Aparicio

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