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BLOG- ” VIRTUDES TEOLOGALES- LA FE”

«Y me llevó a la entrada del atrio, y miré, y he aquí en la pared un agujero».Ezequiel 8:7

VIRTUDES  TEOLOGALES

I.-  LA  FE

Las virtudes teologales son, según el catecismo: Fe, Esperanza y Amor. Pero la fe, la esperanza y el amor son también actitudes humanas, también espirituales, pero sin mayor relación con lo divino. Así, tenemos fe en los maestros que nos enseñan una química que nunca vamos a ver, tenemos la esperanza de que nuestro equipo gane la copa y tenemos un gran amor a los animales. Son sólo unos ejemplos que difícilmente podemos llamar virtudes, y mucho menos, teologales.

Infografía: Las 3 Virtudes Teologales | Catholic-Link

Las Virtudes Teologales son otra cosa; son las tres diferentes, pero perfectamente relacionadas la una con las otras.

La primera es la Fe, que no es creer lo que nos enseñan, sino creer a Quien nos lo enseña. La Fe del cristiano es creer en Jesucristo (Jn 12,44), porque nos ha mostrado que es la Palabra de Dios hecha carne (Jn 1,14) y Dios es quien nos da la gracia de creer en Él, (1Cor 12,3) sin pedirnos nada a cambio; sólo quiere que le creamos y Él nos dará la gracia necesaria, no para verle, sino para vivirle (Jn 11,25). La Virtud de la Fe, nos permite vivir algo de la divinidad por cuanto ya somos hijos de Dios (1Jn 3,1) desde el momento en que podemos llamarle Padre nuestro (Mt  6,9).Pero es una gracia que Dios la da a quien la busca, pero no se la da a quien se niega a conocerle.

Pero la Fe en Cristo es mucho más, porque es la enseñanza del Camino, de la Verdad y de la Vida (Jn 14,6). No es una enseñanza experimental, porque se trata de asuntos propios de la Divinidad infinita que sólo puede conocer quien ha venido de allí (Jn 36,46), pero es una enseñanza vital para nuestra felicidad en esta vida y en otra, que no sabemos cómo será y de la que hablaremos con la Esperanza. Jesús es un maestro que habla con autoridad (Mc 1,22), no como otros, y lo que nos dice puede a veces parecer absurdo, como cuando dice que hay que amar a los enemigos (Mt 5,44), pero no hay duda de que si el mundo aceptase las Bienaventuranzas como normas de convivencia, la vida sería mucho más justa y pacífica.

  Aunque la Fe recoge muchas enseñanzas y mucho saber humano, no es tanto una consecuencia de la inteligencia, como de la voluntad. No se trata de conocer las verdades para aceptarlas, lo cual es obvio, sino de la aceptación de esas enseñanzas como verdaderas; es decir la Fe es una resultante de la voluntad. De hecho, muchos vieron los milagros de Jesús y todavía pensaban que eran obra del demonio (Jn 10,21) y pedían algo más (Jn 9,30), sin saber qué más podían pedir… siempre que fuese público y notorio, porque tampoco aceptaron su Resurrección porque no la vieron.

La voluntariedad de la Fe plantea la pregunta del por qué un hombre no cree en Dios. No se puede demostrar ni la existencia ni la no existencia de Dios, con razonamientos lógicos ni con experiencias científicas; pero ambas opciones son igualmente de razonables, luego la pregunta que se plantea es coherente con una vida social, en la cual conviven creyentes y no creyentes en Dios. No se trata sólo de creer en Jesucristo como Dios Hijo, sino creer en la existencia del Ser espiritual, absolutamente diferente y superior al hombre, a quien no podemos conocer y sin embargo es nuestro creador y nuestro conservador; luego vendrá la creencia de que ese Dios se ha hecho hombre, para revelarse en lo que podamos entender los hombres y para revelarnos el misterio de la felicidad que el ser humano busca, pero no encuentra.

La Fe es la primera de las virtudes porque de ella se deducen las otras, pero, como dice San Pablo, no es la más importante como luego veremos. Lo que sí importa en la Fe es cuánto se cree y cómo se cree. Si vuestra Fe fuera como un granito demostaza, moveríais montañas (Mt 17,29) dijo Jesús, es una expresión para definir la fuerza que tiene una Fe auténtica, que naturalmente la han tenido muchos santos, pero que los cristianos normales y pecadores, tantas veces olvidamos por satisfacer cualquiera de nuestras humanas debilidades. La expresión también muy humana de “una cosa es predicar y otra dar trigo”, admite la limitación de la fe a un nivel de vida teórico y no a la práctica de todas las verdades que decimos creer, por ejemplo la felicidad que da perdonar a los enemigo, el despegarse de las riquezas, sufrir por buscar la justicia y pelear a fondo por la paz, etc. Nada digamos de quienes dicen creer en Dios y en Jesucristo, pero no en su Iglesia (Mt 16,18) o de los que creen en la vida eterna y temen la muerte.

Porque la Fe tiene otro aspecto muy aplicable a estos tiempos difíciles, pero seguramente no tan difíciles como los que vivieron aquellos primeros cristianos que vivían en catacumbas y morían felices de alcanzar la gloria del Reino. No se trata de gozar en el sufrimiento, porque eso sería una anormalidad humana; se trata de encontrar a ese sufrimiento un sentido desde la fe en el Cristo que nos dice “Notemáis, soy yo” (Mt 14,27) en medio de la tormenta, más allá del miedo natural del hombre. Un miedo que quizá en algún tiempo ha sido muy básico en la predicación de la salvación; el miedo al pecado era el miedo a la muerte y al infierno, olvidando al Dios misericordioso que nos ha recordado el papa Francisco, y al Jesús que escandalizaba a los fariseos cuando comía con los pecadores. La Fe en Jesús, conlleva la conciencia del pecado como contradicción al mandato del amor, pero ni siquiera así se pueden olvidar las palabras de la Cruz, “Padre, perdónales”. Esa Fe en el amor de Dios no puede eliminar el arrepentimiento personal por lo malo hecho o por lo bueno omitido, pero debe ser, como la oración del publicano (Lc 18,14), motivo de consuelo y tranquilidad, en las tormentas de la vida.

En estos mismos tiempos, la increencia en Dios y la adoración del “azar” como creador y de la ciencia como soporte de la vida, se han visto arrollados por una realidad física tan mínima como un virus y una pandemia desencadenada por una casualidad como la que ellos tienen por causante de la vida. ¿Qué ofrecen los no creyentes como consuelo a la tristeza que causan la muerte, la crisis económica y los conflictos sociales derivados, frente a la esperanza en el Amor, que nos ofrece Cristo a los que creemos en Él?

Rafa

Mayo, 2.020

 

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